Fuente: Por Mariángeles Guerrero, Resumen Latinoamericano, 24 de mayo de 2021.
De la mano de la agroecología y de los cuestionamientos al uso de agrotóxicos, crece la utilización de bioinsumos, productos en base a microorganismos naturales utilizados para enriquecer los suelos y las producciones del agro. Ya existen desde “biofábricas” hasta cámaras empresarias del sector. El debate sobre la regulación. La disputa entre el conocimiento colectivo y popular, y los peligros de la apropiación del saber para solo buscar rentabilidad.
En el campo se produce la disputa por nuevas formas de cultivar, más amigables con el ambiente, más sanas para las personas. Ante el reclamo de los pueblos fumigados y la concientización de las organizaciones sociales sobre la comida envenenada, los bioinsumos se presentan como una alternativa al uso de agrotóxicos. Estas formas de “curar” los cultivos y enriquecer los suelos proponen un debate acerca de qué insumos (y qué saberes) para qué modelo agropecuario.
“Los bioinsumos son fertilizantes vivos que trabajan en una relación de simbiosis con las plantas. Los biofertilizantes que usamos generan vida en el suelo”, introduce Jorge Frías, productor chaqueño de bioinsumos. “Todo lo que nos rodea está formado por minerales. Trabajamos con esos microorganismos para que esos minerales que no tienen vida pasen a tenerla, en forma de plantas o de animales”, agrega el agricultor de Puerto Tirol, desde su chacra “La tierra sin mal”.
Frías explica que muchos de los materiales útiles para producir los bioinsumos se generan en el campo. Por ejemplo: estiércol vacuno, cenizas vegetales, harina de roca. “Las harinas de roca son rocas molidas”, aclara el productor. “Combinamos muchos materiales, sacamos piedra de las marmolerías, utilizamos mucho carbón vegetal, mucho carbono. Usamos leche ordeñada, que tiene mucha vida microbiana, o levaduras”, prosigue. “Lo que sale de la tierra vuelve a la tierra”, define el productor.
Para el entrevistado, los bioinsumos son “una tecnología ancestral”. “La agricultura tiene 8000 años de existencia y los productos de síntesis química tienen entre 70 y 80 años. Así que hay una vasta experiencia en agricultura. Todas esas herramientas que se utilizaban antes se vuelven a usar; ahora con las biofábricas se incorporan nuevas técnicas para adelantar ciertos procesos y para lograr conservar o almacenar, tener disponibilidad inmediata de esos insumos en función de las necesidades de cada cultivo”, argumenta.
Sin embargo, denuncia una acción corporativa de las empresas del agronegocio: “cuando algún productor se anima a probar estos productos u opta por ellos porque son más baratos, hay toda una presión sobre él para que no los compre”.
“Reemplazar los productos químicos”
Desde la provincia de Buenos Aires, el ingeniero agrónomo especializado en microbiología del suelo Carlos Abecasis puntualiza: “Los bioinsumos son elementos producidos por microorganismos o insectos. Son sustancias que segregan los mismos bichos en general e incluso se considera bioinsumos a aquel producto que está hecho con los mismos microorganismos o los mismos insectos. Se podrían describir de dos formas: por un lado, los que están hechos con el mismo bicho o los que segrega el bicho”.
Los bioinsumos pueden tener diversos objetivos o acciones, como controlar algún tipo de patología: un hongo que se ha desarrollado en exceso o un insecto que se ha transformado en plaga.
“Entonces se utilizan ciertos biocontroladores para actuar en esos desarrollos desequilibrados de los sistemas biológicos”, dice Abecasis. Después hay otro tipo de bioinsumos que se utilizan para aumentar la fertilidad natural de los suelos, con probióticos o microorganismos que segregan sustancias benéficas para el suelo. También existen otros que contienen sustancias bioestimulantes para las distintas etapas de la vida de la planta, que hacen que desarrollen determinadas características si se aplican en el momento correcto. Hay otros que se aplican sobre las semillas, con el objetivo de favorecer la germinación y el desarrollo de raíces.
“Lo más interesante del concepto de bioinsumos es que no son elementos que sirven para un fin determinado sino que muchos de ellos generan una mejora en el equilibrio del sistema”, sintetiza Abecasis.
—¿Los bioinsumos pueden reemplazar a los productos de síntesis química?
—Se pueden reemplazar ciento por ciento. Tenemos muchos casos, desde hace doce años que trabajamos con esto y podemos decir con total contundencia que se pueden reemplazar los productos de síntesis química y se puede producir la misma cantidad de kilos, o mejor calidad en realidad de lo producido, sean granos, frutas u hojas. En cualquier tipo de cultivo se logran reemplazar los insumos mejorando la calidad y la sanidad de lo que se produce. Si estoy permanentemente utilizando insumos de síntesis química, esos insumos van a terminar generando toxicidad en los alimentos que, o lo come el animal, o lo comemos nosotros. O nosotros comemos el animal que consumió agrotóxicos. Termina siendo un círculo vicioso muy complicado de salir. Los bioinsumos literalmente reemplazan a los fertilizantes, a los insecticidas o a los fungicidas. Diría que de un año para el otro, o a lo sumo en dos años, uno puede estar trabajando sin insumos de síntesis química o por lo menos haber reducido más de la mitad de su uso.
—¿Cómo se relaciona el uso de bioinsumos con los monocultivos?
—Si yo alimento la biodiversidad de los bichos del suelo, voy a tener menos posibilidad de que una planta se torne dominante. El 80 por ciento de los productores e ingenieros agrónomos del planeta trabajan con malas praxis, porque hay muchas cosas que están mal definidas de base. Una de ellas es el monocultivo, hacer un cultivo en forma permanente. El caso de la soja es el más claro, pero puede ser soja o trigo o rabanitos. Eso lo que hace es eliminar la biodiversidad, porque si la única planta que ponemos es esa, estamos forzando a la naturaleza, que es biodiversa por naturaleza, y repitiendo el mismo cultivo. Esto genera que todo lo que esté en ese suelo se vaya especializando y haciendo cada vez menos diverso. Siempre hay un mismo tipo de microorganismo, un mismo tipo de insecto, un mismo tipo de hongo. Entonces se refuerza algo que es malo para todo el sistema, porque justamente a medida que aumenta la biodiversidad se hace más estable cualquier sistema vivo. Lo que yo recomiendo es no solo no hacer monocultivos, sino que en el mismo predio se hagan intersiembras: se ponga más de una especie para que el sistema se haga más estable.
Para Abecasis, la agricultura convencional está más enfocada en la producción sin importar demasiado si el suelo se degrada o no se degrada. “Si yo cada año pierdo el cinco por ciento de mi fertilidad natural, cada año le voy a tener que poner más fertilizantes. El aumento de fertilizantes no me va a generar más productividad, al contrario: hay un punto en el cual la curva cambia, porque el suelo ya está tan enfermo que no puede dar plantas sanas”, indica.
En los últimos diez años, por el uso extractivista de los terrenos, se perdió la mitad del nivel de materia orgánica en los suelos de la Pampa húmeda.
“Perder materia orgánica no es solo perder la vida del suelo sino del planeta. Porque si yo tengo un mal suelo, voy a tener mal alimento y si tengo mal alimento voy a tener enfermedades. Es una consecuencia directa”, explica el ingeniero agrónomo.
Sin embargo, Abecasis alerta que no hay que confundir bioinsumos con la panacea. “Hay muchos de ellos que están generados a partir de una bacteria o de un hongo, que se llama biocontrolador. Ese biocontrolador equis supuestamente mata a un hongo que nos está comiendo nuestra planta. Hasta ahí, yo podría decir que está bien. ¿Pero qué sucede? Si lleno el planeta de ese biocontrolador estoy generando un nuevo desequilibrio biológico”, explica.
Insumos para el suelo
Jorge Frías relata que iniciaron el proceso agroecológico a fines de 2008. En ese momento la producción primaria que tenían no era para la venta sino para el consumo. Así llegaron al 2015, momento en el que comenzaron a aumentar los volúmenes de producción para comercializar. “Trabajábamos en la rotación de cultivos, enriqueciendo el suelo a partir de compost, con cultivos llamados de servicio, que son aquellos que hacen un aporte nutricional al suelo. En el 2018 nos encontramos por primera vez con la tecnología de lo que es la producción del bioinsumo”, relata.
En 2019 empezaron a pensar en una biofábrica, para producir en mayor cantidad y vender. “Esto surge porque nuestra granja tiene una superficie de tres hectáreas y lo que nos sucedía es que corríamos el riesgo de que los vecinos empezaran a producir con aplicación de venenos”, explica Frías. “Como no tenemos la posibilidad de comprar más tierras para aumentar la superficie agroecológica, lo que empezamos a hacer es tratar de inculcar la agroecología. Hasta que los productores de Puerto Tirol nos hicieron el planteo de por qué no hacíamos nosotros los bioinsumos y ellos los compraban. Ahí empieza a rondar la idea de hacer la biofábrica”, cuenta.
Hoy venden a productores primarios, a huertas familiares urbanas y a personas que cultivan cannabis para uso medicinal.
El desafío es conseguir el registro de los productos ante el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), para poder circular con ellos. Uno de los requisitos que pide el organismo es hacer diferentes tipos de ensayos con los productos. “Parte de los ensayos los hacemos con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). El INTA está probando usar bioinsumos en cultivos extensivos. Los resultados los vamos a tener dentro de un año”, dice Frías.
Por su parte, Abecasis trabaja en la empresa HMA4 Sociedad Anónima, radicada en La Matanza (Buenos Aires). Allí desarrollan una tecnología llamada “bioregeneración de suelos”.
Es un paquete tecnológico que tiene tres etapas. La inicial, que es el diagnóstico del suelo, como seres vivos que son, y no como un elemento inerte. La segunda etapa es la definición, en base al diagnóstico, de un biotratamiento que consiste en incorporar consorcios de especies microbianas al suelo y a la planta para que se equilibre el ecosistema.
Elaboran una receta de biotratamiento para ese suelo. Una vez que terminan de armar el tratamiento, durante todo el proceso que dura, hacen un monitoreo satelital y a campo para evitar que haya algún desvío durante el proceso. Una vez que terminan todo el proceso hacen un nuevo análisis del suelo para evaluar cómo evolucionó. Ese es el informe final que le dan al productor con su suelo curado.
De resistir a Monsanto a las biofábricas
Las experiencias de producción de bioinsumos se replican en todo el país. En Córdoba, la movilización de la localidad de Malvinas Argentinas logró en 2016 que Monsanto desistiera de instalar allí su planta de maíz transgénico.
En el marco de esa lucha, hace tres años, surgió la idea de producir de manera agroecológica. “Empezamos con esta alternativa y a experimentar a partir de la biofábrica. Ahí empiezan a abrirse distintas biofábricas a nivel nacional, que integran el Movimiento de Trabajadores Excluidos”, señala el productor Facundo Monguzzi. Actualmente, el MTE tiene otras cinco biofábricas, distribuidas en Misiones y Buenos Aires. Además, planean construir dos más, en La Rioja y en Rosario Desde Malvinas Argentinas venden lo producido a ciudades como Río Cuarto o Río Primero y también a localidades de Buenos Aires.
“La propuesta de ‘Malvinas Agroecológica’ surge a partir de la producción de verduras en media hectárea. Y veíamos que teníamos que generar más fuentes de trabajo. Entonces en la cooperativa empezamos a discutir esto, no quedarnos solo en la oposición a Monsanto. Empezamos a hacer los bioinsumos, que hoy vendemos a productores. La idea es venderles en cantidad para que ellos puedan aplicar estos productos”, relata Monguzzi.
Son recetas que vienen desarrollando los campesinos desde hace muchos años. Es una recuperación cultural de esas prácticas.
“Laboratorios campesinos”
La tierra frutillera de las orillas del río Coronda (Santa Fe) vio llegar las fumigaciones a sus campos de fruta y vio también nacer -a fuerza de resistencia contra los agrotóxicos- los “laboratorios campesinos”. Están ubicados en Desvío Arijón, a 30 kilómetros al sur de la capital provincial.
Desde la organización Desvío a la Raíz, Jeremías Chauque explica la experiencia: “Los laboratorios funcionan a cielo abierto. No se pagan doctorados, tenemos maestros como Ángel de 82 años, o doña Clara de 76, que nos hablan de la luna y de cuando el pueblo se vestía de olor a frutilla”. Un aroma que se fue perdiendo con las semillas transgénicas y las sustancias químicas.
“Tienen pizarrones de barro porque escribimos en nuestras huertas, labrando, sembrando, cosechando, regenerando. Nos permiten generar y desarrollar nuestra propia tecnología en un tacho de 200 litros o recolectando microorganismos del monte más antiguo de Desvío Arijón”, dice Chauque.
En ese recuperar los saberes campesinos ancestrales, la producción de bioinsumos es una apuesta por restablecer el equilibrio de las tierras arrasadas por los fertilizantes sintéticos y la identidad de un pueblo agricultor desplazado por las lógicas extractivistas.
Chauque explica que el objetivo es aplicar física, química y biología campesina para potenciar la vida y la fertilidad del suelo y, por sobre todo, para el desafío de regenerarnos como sociedad. “Desde nuestra organización decidimos avanzar en una propuesta que nos permita hacer de cada espacio de producción un refugio del saber, de la semilla. Buscamos interpelar lo académico, un territorio muy lejano e inaccesible para las familias campesinas empobrecidas por el agronegocio”, agrega.
Empresas de bioinsumos
En 2017, se organizó la Cámara Argentina de Bioinsumos (Cabio). Hoy nuclea a 23 empresas productoras de bioinsumos de la Ciudad de Buenos Aires, de la provincia de Buenos Aires, de Santa Fe, de Entre Ríos, de Corrientes, de Salta. Tierra Viva dialogó con su presidente, Roberto Rapela.
Explica la importancia de los bioinsumos en el contexto de la crisis ambiental global. “Cuando no se produce de manera sostenible se generan más emisión de dióxido de carbono y más gases de efecto invernadero, que traen como consecuencia alteraciones en el medioambiente”, indica. Afirma que con la producción de los bioinsumos se puede producir de forma amigable, sostenible y sustentable. Para Rapela, uno de los desafíos más importantes es “producir alimentos sanos para toda la humanidad”.
En el contexto nacional, el presidente de Cabio destaca el rol de los bioinsumos en aquellos municipios donde hay limitaciones para el uso de agroquímicos. Señala que en esos lugares se pueden usar perfectamente los bioinsumos, ya que no hay alteraciones de la botánica ni peligro para el humano. “Es posible demostrar que podemos hacer una agricultura sana y sustentable”, reflexiona.
Desde la Cámara trabajan en la redacción de un proyecto de ley de bioinsumos que regularice al sector. Actualmente están vigentes las resoluciones 350/99 y 264/11 del Estado Nacional. La primera establece las condiciones para incorporar los biocontroladores al registro de plaguicidas y pesticidas. La segunda regula a los fertilizantes biológicos, bajo el paraguas general de fertilizantes.
Los trámites relativos a bioinsumos en el Senasa se realizan en el marco del área de agroquímicos. No hay una instancia estatal específica para quienes producen insumos biológicos. En ese marco, los productores buscan generar una normativa propia, además de bregar por acelerar los procesos de registro de los bioinsumos en el Senasa.
Desde Cabio también impulsan la creación de una currícula educativa nacional sobre bioinsumos, que no existe en el país. Rapela señala que los ingenieros agrónomos o los veterinarios no tienen formación en bioinsumos.
“Queremos que se fomente la difusión de los bioinsumos porque prácticamente no hay publicidad y sí existe muchísima de los agroquímicos. Hasta ahora los bioinsumos habían pasado a un criterio de producción casera, de poca capacidad porque el concepto es que los bioinsumos no pueden ser utilizados en producciones extensivas, y eso no es real”, sostiene el presidente de Cabio.
Sentidos en disputa
Entre el reconocimiento del Estado y el despliegue de nuevas tecnologías, Rapela reivindica la producción industrial del bioinsumo. “Aquellos que se hacían caseros hoy se hacen técnicamente con un desarrollo muy importante en cuanto a calidad empresarial y a desarrollos tecnológicos. Pensar que se pueden hacer de manera casera hoy no tiene ningún sentido”, sostiene.
Sin embargo, desde Chaco, Jorge Frías propone otra mirada: “Hoy tenés que certificar que el producto venga de un laboratorio, cuando hay productores que vienen fabricando estos productos hace muchos años. El sistema de producción industrial tiende a querer cooptar los bioinsumos, en cierta parte porque hay una movilización desde la ciudad para que no se siga aplicando agroquímicos”.
En Córdoba, Monguzzi reclama que las reglamentaciones sean acordes a los productores y a la agricultura familiar, no al modelo empresarial, porque después certificar un producto es muy caro. “Los organismos del Estado que están para eso: INTA, Senasa y las universidades, tienen que apoyar la agricultura familiar para que los agricultores se queden en el campo”, manifiesta.
En medio de esa tensión entre formas artesanales e industriales de producir, también aparece el agronegocio, dispuesto a apropiarse a los saberes alternativos para incluirlos en su paquete comercial.
En ese sentido, Jeremías Chauque denuncia que “las agrocorporaciones están cooptando este avance, inaugurando sus flamantes ecogóndolas, patentando semillas, bacterias y hongos, están llevándose por delante procesos que venimos dando en nuestros territorios”.
“En este contexto, tenemos más preocupación que expectativas, más incertidumbre que certezas. Es fundamental profundizar el debate, hacer correr la voz, los saberes y todo lo que permita lograr que este avance donde el agronegocio está siendo interpelado por los pueblos fumigados, sea una verdadera herramienta para labrar derechos y no un insumo más para el ecoagronegocio”, advierte Chauque.