Luis Vega G. septiembre 2021.
Fue a mediados del año 1985 que recibimos el primer cassette con el himno del FPMR. Sin saberlo, Patricio Manns entro en nuestras vidas en medio del combate y la lucha contra la dictadura. Un par de meses antes nos conocimos con Julio Guerra, antes de que recibiéramos tan preciado objeto.
Era una noche lluviosa en lo más intenso del invierno, en casa de un campesino a orillas del río Tinguiririca. Viajé desde la ciudad de La Serena dejando atrás el mando de los destacamentos del norte, que por más de un año habían sido mi teatro de operaciones, con la formación de las primeras unidades del FPMR en esas regiones. Sólo sabía que iba a un nuevo destino determinando por la Dirección Nacional del Frente, de La Serena a Estación Central y en tren hasta la ciudad de San Fernando.
Allí, junto al río, se nos entregó la nueva misión. Julio Guerra asumiría la jefatura de la VII Región con sede en Talca. Yo la de la VI región, en Rancagua, donde debía instalar el mando de mi destacamento.
Salimos de la casa en medio de la lluvia y la noche, el jefe nos dijo “allí está el río, esa es la frontera entre los dos destacamentos. Para el sur Julio y de este lado, tu. Nos coordinaremos con dos reuniones al mes en Rancagua, para reciban sus instrucciones y las misiones de la Dirección Nacional”. Así empezamos a caminar juntos a nuevos combatientes, nuevas misiones, estructuración del mando como primera tarea y la creación de nuevas unidades.
En mi caso, en San Fernando, inicie solo con el jefe; en Rengo con un par de combatientes, en Rancagua con dos unidades con compañeras y compañeros fogueados, solo había que reforzar; en Graneros con un combatiente y en San Francisco de Mostazal con un campesino. Lo inmediato fue completar las unidades con los combatientes necesarios, fortalecer la instrucción de los jefes de unidades en planificación y métodos conspirativos. Además, instrucción general a todos los combatientes. Las misiones principales eran el corte de energía eléctrica para garantizar los apagones en todo el país que acompañaban las grandes protestas nacionales y volar seis tendidos eléctricos en forma simultánea, solo en mi destacamento.
Era algo nuevo para mi por la envergadura de las acciones y requerían de toda la experiencia acumulada en años y la coordinación de una logística a la altura de las nuevas misiones. Interrumpir mediante sabotajes las comunicaciones viales, las líneas férreas y puentes, estaban dentro de los nuevos objetivos, así como las acciones de sabotaje político. Mi mando constaba de una logística con su barretín central con todos los medios necesarios, además del puesto médico. En ese año, 1985, se multiplicarían las protestas a nivel nacional, así como las acciones de sabotaje al tendido eléctrico, sobre todo en las regiones a las que fuimos asignados Julio y yo.
La formación política y la mística Rodriguista iban en aumento y no era solo por la preparación técnica y operativa. “El Rodriguista” como órgano oficial, ya casi llegaba a la decena de números y era repartido entre los combatientes de las diferentes estructuras del Frente. En él se plasmaban las orientaciones políticas e ideológicas que emanaban de la Dirección Nacional, el resumen de las principales acciones de nuestra organización, el trabajo territorial de nuestro pueblo, la cultura popular.
Gran impacto político tenía el juramento Rodriguista al ingresar al Frente, las ceremonias las realizábamos en las escuelas clandestinas de instrucción, ya sea en casas de seguridad o en campamentos en medio del campo o la cordillera. El juramento Rodriguista, junto con la primera acción, eran nuestro bautismo de fuego, determinaban el jugarse la vida o la muerte en combate, era una decisión de vida, más allá de la trascendencia política de ingresar a una organización revolucionaria.
De Julio, con el tiempo, me impacto su alegría. Siempre con una sonrisa, en cada encuentro de jefaturas intercambiamos anécdotas que, la mayoría de los casos, versaba de nosotros. Adoptamos como modalidad que cada encuentro debería ser con nuevas tenidas, como medida de seguridad y que sirviera de “manto o leyenda”. Un día ropa deportiva, otro juvenil, otro de oficina, en lo posible terno. Hay que decir que nuestro ropero era limitado, vivíamos en pensiones de las cuales nos cambiamos constantemente, lo que no nos permitía disponer de mucha variedad.
Cada uno de nosotros trato de cumplir con nuestra auto exigencia, así fuimos llegado una fría tarde de fin de mes en Rancagua a lucir nuestras nuevas pintas, algunos con terno, otros con un ambo (pantalón de tela y vestón); el último en llegar seria nuestro compañero Julio Guerra. Tremenda sería nuestra sorpresa al verlo ingresar, nadie se atrevió a hacer algún comentario. “No saben lo que me paso”, nos dice antes de que alguien pronunciara palabra. “No tenia ropa para venir a la reunión así que me fui a la Ropa Americana y me compré este vestón en la mañana con la poca plata que tenía, pero estas huevadas vienen en fardos apretadas y arrugadas, así que me fui a la pensión a plancharlo; estuve como una hora en ese trajín hasta que quedo impeque, lindo. Me lo probé, calzó justo, como de fábrica. Tomé el tren del medio día para llegar a la hora. Todo iba bien hasta que me di cuenta que se empieza a encoger y arrugar. Subí al tren de gentleman y bajé con esta huevada arrugada y de bracitos cortos”. Y lanzo una carcajada junto con nosotros. Siempre nos deleitaba con sus anécdotas en las que, por lo general, era el protagonista.
Las anécdotas eran parte del aprendizaje y de la educación, era una forma de retratar nuestros errores y el cómo corregirlos. Con anécdotas podías enseñar muchas cosas; cada día, cada instante era una constante escuela que debía ser trasmitida a los nuevos combatientes para que no cometieran nuestros errores, los que, muchas veces, nos costaron muy caro. La formación se alimentaba de la mística Rodriguista así como de las anécdotas.
Así, sin mayores contratiempos, sin bajas y acciones exitosas, continuaban nuestras reuniones de mando pero sentíamos que algo nos faltaba. Todas las organizaciones revolucionarias tenían su himno, los Sandinistas el propio, los trabajadores del mundo la Internacional; algunas veces conversamos del tema, pero no teníamos como resolverlo hasta que, a mediados del año 1985, nos encontrábamos reunidos en Rancagua cuando llegó el compañero que nos atendía desde el mando superior, con un cassette con el que sería el Himno del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Desde ese día quedó como norma que cada reunión solemne debía contar con la entonación de nuestro himno, cada combatiente debía aprendérselo de memoria.
Así paso a ser parte de nuestro ADN, te acuartelabas para una misión y entonabas el himno antes de salir a operar. La solemnidad era y es parte de nuestra mística, no importaba donde estuvieras, en una escuela, en la celda de una prisión, en actividades culturales; entonábamos nuestro Himno.
Esa fue una de las últimas veces que nos vimos con Julio Guerra, cada uno partió con los cassettes a sus unidades. Julio caería en combate dos años después, en un departamento de la villa Olímpica, en la denominada operación Albania. Nos dejaría su sonrisa, su ejemplo.
Hoy nos deja físicamente, a sus 84 años, Patricio Manns. Julio, como el Pato y el Himno del Frente, llegaron a nosotros para quedarse.
¡Honor y Gloria a nuestrxs compañerxs!
Primavera de 2021
Luis Vega González