Teófilo Briceño. Centro de Estudios Francisco Bilbao (CEFB). Mayo 2022.
El 4 de septiembre es la fecha del plebiscito de salida del proceso constituyente que tuvo como centro la Convención Constitucional, que no fue en rigor una Asamblea Constituyente, pero sí una expresión cercana a la soberanía popular.
Sin lugar a duda, ha sido un recorrido plagado de luces y de sombras. Luces en el sentido de que es producto de la revuelta social. Un proceso que emergió como una imposición del pueblo y su diversidad, donde la clase dominante se vio obligada a modificar el sistema neoliberal, al menos, en la forma en que estaba funcionando. Desde esa perspectiva hay un triunfo de los pueblos, una ganada en el sentido común.
Sin embargo, el recorrido también tiene sombras, y muchas, pues la casta política, orientada por el conjunto de la clase dominante, en su “derrota”, logró diseñar un intento de salida amañado para no perderlo todo, y asegurar que el esqueleto sistémico quedara en pie.
La nueva constitución nace así, llena de contradicciones, incoherencias y definiciones a medias, Y no podía ser de otra forma, porque los que se alzaron por los cambios ganaron a medias, y los que perdieron, que defendían la gobernanza neoliberal, perdieron a medias. Estamos en Chile, ni bien, ni mal, sino todo lo contrario.
Los pueblos alzados no tuvieron la organización, el proyecto político ni la capacidad de conducción para “derrotar” a las clases dominantes. No tuvieron la capacidad incluso de romper el eslabón más débil del sistema, la casta política, y aunque esta salió magullada, no fue destruida, como debiera haber ocurrido. Prueba irrefutable de ello es que las mismas caras se ven a diario en los noticieros del país.
El sistema tuvo capacidad de recambio para más o menos cumplir la misma función. Para perpetuarse con un ropaje aparentemente distinto. La Concertación-Derecha es al neoliberalismo duro, el FA-PC es al neoliberalismo blando.
La política “sufrió” cambios, más bien reacomodos; no así los grupos económicos y sus protectores y garantes, las FFAA y los medios de comunicación.
La revuelta, en definitiva, parió lo que tenía que parir, algunos cambios en Chile que dejan las puertas abiertas a nuevas modificaciones. El neoliberalismo duro, solido, casi inmutable, dio paso a un neoliberalismo más débil, más expuesto, menos inmutable.
Eso es todo, luego de la Convención Constituyente no hay revolución, pues no podía haberla (los motivos son muchos y dan para otros argumentos). La matriz productiva dentro del capitalismo se mantiene intacta y vinculado lógicamente a ello, no hay cambios sustantivos en las FFAA y “de Orden”.
Pero sí hay, y esto es sumamente importante, puertas abiertas para un proceso de cambios. Las leyes neoliberales han quedado debilitadas y, eventualmente, podrían ser modificadas en beneficio de los intereses populares. Algunas de esas conquistas en el plano legal son la negociación por rama de la producción, el derecho a huelga real, aspectos de democracia directa como plebiscitos vinculantes, la plurinacionalidad y así, muchos otros.
Quedará, si se aprueba, una constitución de ciclo corto, con herramientas a usar para potenciar el protagonismo popular y arrebatarle el monopolio de las decisiones a la casta política. Sin embargo, la condición sine qua non, será la movilización social, la presión social callejera, la protesta y la organización popular para romper las cadenas que nos oprimen. Es un camino áspero, pero posible, para transformar a Chile en una sociedad justa y verdaderamente soberana.
Apruebo, pero nuestro apruebo es de carácter popular y anti-sistémico, distante y crítico del mal gobierno de Boric y su coalición, la razón es simple y sencilla, lo que hace más débil al neoliberalismo, y con ello al capitalismo, le sirve a los pueblos en su gesta libertaria.