Desde el Siglo XIX la formación del Estado pugnaba entre los intereses ideológicos del laicismo y de las instituciones eclesiásticas. Ideas provenientes de corrientes intelectuales y literarias de Occidente. La cuestión religiosa se definía a partir de la lógica invasora, por lo tanto desde el colonialismo.
Más tarde llegarían visiones del cristianismo protestante y del catolicismo posreforma que irán ganando un espacio como «refugio de las masas» parafraseando el libro de Christian Lalive. Otras comunidades de migrantes también consiguieron el respeto por sus concepciones religiosas. Finalmente la globalización amplía las posibilidades de instalación de distintas creencias religiosas que van cobijando la búsqueda por lo sagrado desde la dimensión espiritual.
Los pueblos originarios desde la inter o trans culturalidad fueron manteniendo sus propias creencias en sus distintas comunidades que dialogaban con los intentos de conversión que depositaron varias iglesias en sus territorios como bien lo ha presentado Ramón Curivil Paillavil en «La Fuerza de la religión de la tierra» (2007).
Todo este panorama nos puede llevar a un ejercicio de tolerancia propia del laicismo aplicada a lo que se suele llamar como ecumenismo, a veces, recogida por la llamada libertad de culto.
La búsqueda de lo espiritual es una de las capacidades del ser humano y tal como es la existencia ésta puede ser bastante variada desde ese elemento común que llamaré el despertar del espíritu. Desde los fundamentalismos religiosos la tolerancia con el ecumenismo ha sido combatida con los dogmas, con lo cual se clausura la búsqueda espiritual en lo dogmático. El dogma es una intención de sistematizar y estandarizar los modos de la creencia espiritual.
Textos que nos ilustran sobre la variedad religiosa en nuestra historia, no sólo occidental, son «La Rama Dorada» de Frazer y varios estudios difundidos del intelectual rumano Mircea Eliade. El filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein, sin duda uno de los más relevantes filósofos del siglo XX escribió una crítica a Frazer en la cual le reclamaba el daño que le hacía a lo religioso-espiritual la sistematización racional de la creencia, esto dado por la renuncia que implicaba al misterio propio de lo sagrado.
La dimensión espiritual del ser humano no puede ser una reducción a los modos de existir, por lo tanto la cuestión religiosa no puede implicar la intolerancia con otras visiones de lo religioso o con búsquedas auténticas por la vivencia de lo místico, sagrado o divino. Este modo de ver las cosas lo recoge muy bien la Nueva Constitución en su artículo 9: «El Estado es laico. En Chile se respeta y garantiza la libertad de religión y de creencias espirituales».
Esta clara declaración permite restablecer las cosmovisiones de nuestros pueblos originarios, permiten el pluralismo para contener al pluralismo religioso. En este sentido se hace justicia a las distintas manifestaciones religioso-espirituales que conviven en nuestro territorio.
Los procesos de cambio no sólo son políticos sino que deben incluir todas las manifestaciones que son propias de las culturas. Si queremos una sociedad nueva no se puede dejar de lado este contexto que incluye a las creencias espirituales y sus formas de expresión.
Alex Ibarra Peña.
Dr. en Estudios Americanos.