Teófilo Briceño, Centro de Estudios Francisco Bilbao.
En las últimas semanas se ha desatado una feroz ofensiva en redes sociales contra el voto Nulo, especialmente de parte de integrantes y/o simpatizantes de la lista D, aquellos que con un discurso progresista levantan el puño desde el interior del modelo sin tratar de romperlo.
Este empeño beligerante se debe, por un lado, a la fuerza que adquiere el voto nulo, que será alto e insospechado, y por otro, a que las fuerzas gobiernistas esperaban que el 38% de los chilenos que votamos apruebo en el proceso constituyente pasado nos volcásemos disciplinadamente a apoyar a los conglomerados del gobierno.
La lógica detrás de este razonamiento es que el futuro Chile se debate en una lucha entre “derecha e izquierda” y sus matices (así como en EE.UU es entre demócratas versus republicanos), binomilanismo le llaman.
Una lógica que además obliga a los llamados “extremos”, ya sea de izquierda o de derecha, a votar por el “mal menor”. Esto está estudiado en ciencias políticas y en las técnicas de gobernabilidad y regímenes electorales. Pero si esa fórmula en algún momento de nuestra historia funcionó, ya está alejada de la realidad, aunque todavía influye en sectores de la población, sobre todo en aquellas culturas políticas que se construyeron en torno al núcleo familiar.
Anular el 7 de mayo y rechazar en diciembre, frente a lo que claramente es un proceso fraudulento, una farsa, no es una postura “principista”, revestida de una calidad moral superior a los que votan por la lista D, es simplemente decir que no se está dispuesto a votar por los que prometen algo y luego hacen lo contrario (TPP11, Los Bronces, cambios en Carabineros, militarización del Wallmapu, ley gatillo fácil, Afps, Isapres, ley de adaptabilidad laboral, condonación al CAE, etc).
Es curioso escuchar o leer frases del tipo “hacerle el juego a la derecha”, proviniendo de aquellos que gobiernan y pactan tradicionalmente con ella y desarrollan sus políticas.
Las hipócritas lamentaciones y ruegos para que la izquierda revolucionaria votase por la Concertación en cada segunda vuelta en que vieron sus granjerías y privilegios en peligro. “Hay que parar a la derecha”, nos sentenciaban con voz solemne y preocupada, como si ellos hubiesen realizado transformaciones medianamente radicales en sus gobiernos.
Por esto, que fracase la gran operación de gobernanza de la “casta política” sería un logro histórico. No para perpetuar la constitución actual, sino para dejar abierto el nuevo escenario iniciado en octubre del 2019, y que, sin duda, no quedara resuelto sólo con el fracaso de esta farsa.
Los desemperezados y asustados dirán que viene el neofascismo, pero el pueblo y sus ansias de libertad tendrán algo que decir en la lucha por una sociedad nueva y de justicia social.
Si triunfa el pacto de la casta política, que incluye a todos los partidos del parlamento, tendremos neoliberalismo asegurado por decenas de años más. Y eso es precisamente lo que quiere la derecha, una victoria avalada por todo el espectro político sistémico.
El nulo, no es principismo, es realismo político, el nulo no es hacerle el juego a la derecha, es estar verdaderamente contra la derecha, el nulo no es querer que siga la actual constitución, es justamente apostar por una nueva constitución que termine con el neoliberalismo, no que lo maquille.
Desde las izquierdas tenemos ese desafío, levantar una real alternativa de cambio, que pasa por el fin al neoliberalismo y con un claro horizonte anticapitalista.
Una verdadera Asamblea Constituyente no resuelve el problema del cambio radical, pero sí nos abre camino hacia mejores horizontes de cambio. Hace mucho tiempo, un jinete heroico lo auguraba al viento, “aún tenemos patria ciudadanos”.