Claudio Katz1
La doctrina Monroe ha organizado la primacía de Estados Unidos en todo el continente desde hace 200 años. Sintetiza la estrategia que concibieron los fundadores de la mayor potencia contemporánea para controlar la región. Ese principio exige el manejo del territorio por el Norte y el desplazamiento de cualquier competidor del mandante yanqui. Todos los gestores de la Casa Blanca aplicaron y perfeccionaron esa guía. La doctrina fue inicialmente concebida como un instrumento defensivo de la naciente potencia, para contrarrestar las ambiciones del colonialismo europeo. Surgió cuando Monroe rechazó la propuesta de una acción conjunta de Estados Unidos con Inglaterra y Francia, para bloquear los intentos de reconquista española (1823). Esa negativa ya incluyó un principio de supremacía de la emergente nación sobre el resto continente, que fue codificada con la curiosa denominación de “América para los americanos”. Esa frase no implicaba la soberanía de la población autóctona sobre su territorio, sino la sustitución de la dominación europea por el manejo estadounidense. El planteo que hace dos siglos fue expuesto como proyecto de un país en surgimiento, orientó la conversión de esa nación en la potencia dominante de la región. Monroe postuló la legitimidad de ese derecho por el papel inaugural que tuvo Estados Unidos en la independencia del continente. Consideró que esa anticipación le confería a su país la responsabilidad de comandar todo el desenvolvimiento zonal (Rinke, 2015: 48-51). Durante la primera mitad del siglo XIX, Inglaterra, Francia y España desafiaron esa pretensión. Intentaron frenar la ampliación del territorio estadounidense o forzar su partición, pero perdieron una batalla que se desenvolvió en todos los rincones de América Latina.
1 Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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