Teófilo Briceño. Centro de Estudios Francisco Bilbao
El gobierno de Gabriel Boric evidencia una clara hegemonía del Partido Socialista, pues quienes dirigen los dos ministerios claves de cualquier administración, Hacienda e Interior, se encuentran en cabeza de miembros de sus filas.
El primero no toca ni tocara el modelo económico, el heredado de la dictadura, incluso lo reafirma e impulsa, el otro, en tanto, imprime mano dura para neutralizar la movilización popular, y asegurar la gobernanza neoliberal.
Esta hegemonía ha transformado buena parte del discurso del mandatario, a tal punto que no resulta un gran desafío apreciar las diferencias entre el discurso y las promesas del candidato Boric y las declaraciones y acciones del presidente Boric. Dos personas dentro del mismo recipiente, una triste metamorfosis Kafkiana.
Los demás ministerios o políticas sectoriales están subordinados a las directrices emanadas desde Hacienda e Interior, entre ellas RR.EE. y Defensa, ambas carteras, además, subordinadas y obedientes a la injerencia de USA, que ha activado un potente papel con la actual embajadora, Bernadette Meehan, exvocera del del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca
El Frente Amplio, ya en el gobierno y en la seducción de estar en el “poder”, termina como una generación de recambio, porque a esta altura ya ni siquiera se puede hablar de las dos almas del gobierno. Poco o nada queda de la llamada Nueva Mayoría y de aquellos jóvenes “rebeldes” del 2011. Hoy son adultos serios comprometidos con la gobernabilidad y dignos herederos de las administraciones anteriores.
Y en este franco e ignominioso naufragio de esas ideas del pasado reciente, el Partido Comunista está pagando cara su errada opción de aliarse con neoliberales para terminar con el neoliberalismo, al precio de acercarse a un nivel insospechado de quiebre o de ingobernabilidad interna. La histórica disciplina de sus militantes está claramente a prueba.
Pero el PS no la tiene fácil tampoco, pues debe reactivar el Partido del Orden, para lo cual debe pactar con la derecha, sector que tiene flancos poderosos en su ala ultraderechista, y que quizás sean reacios a emprender un camino de la mano con el ya lavado (y remojado en cloro) partido del presidente Allende.
Sin embargo, el “final” de esta historia sistémica se definirá en la embajada de Estados Unidos, país que tampoco la tiene fácil en su férrea disputa con los intereses cada vez más poderosos de China, que amenaza con desplazarlo inexorablemente del sitial de país más poderoso del planeta.
La izquierda transformadora (ni siquiera revolucionaria), duerme el sueño de los justos, a la espera del mesías que anuncie la buena nueva, y mirando incluso con melancolía las recientes “victorias” en México y Francia.
Nuestro futuro, hoy más que nunca, estará mediado por el rol que asuma Nuestra América en el cambio geopolítico mundial, y que incluye el peligroso fin del tratado antártico.
Ante tanta desesperanza, nuestro pueblo y la izquierda verdadera tienen que despertar. ¿Podrán?
Julio 2024.