13 de junio de 2024
«¿Dormiréis, mientras afuera cae,
sufriendo, esta agua inerte,
esta agua letal,
hermana de la Muerte?».
(Gabriela Mistral, «La lluvia lenta»).
En los últimos años se ha venido relevando a la «filosofía del paisaje» categoría habitualmente atribuida a George Simmel a partir de una compilación de pequeños ensayos que fueron publicados en forma de libro utilizando ese título los cuales fueron escritos a comienzos del siglo XX. Estas anotaciones son impresiones que se van presentando a modo de meditaciones que describen un lugar específico señalando sus características naturales principalmente desde un juicio estético que constituye un relato que nos acerca a la experiencia de belleza. En la poesía de Gabriela Mistral, en la de Neruda y en la de Pablo de Rokha encontramos notables presentaciones de nuestro paisaje; en algunos compositores como Enrique Soro, Pedro Humberto Allende, y de manera mucho más clara en Acario Cotapos desde la música también se nos representa el paisaje; en nuestra tradición más estrictamente filosófica se puede apreciar esta representación de la naturaleza en Félix Schwartzmann, Luis Oyarzún y Gastón Soublette.
El paisaje no es una simple fotografía, el paisaje, representación de la naturaleza, es algo vivo que puede expresarse armoniosamente en la organización del cosmos o que puede manifestarse con violencia. Esta es la visión que tiene el humanista Ernesto Grassi sobre Chile y América Latina, filósofo que tuvo un importante protagonismo en la Universidad de Chile en la década del cincuenta en el siglo XX, el concepto que instala para referir a la naturaleza indómita es el de «ausencia de mundo» utilizado en las cartas enviadas a Enrico Castelli de la Universidad de Roma, dichas cartas fueron publicadas en la «Diarística filosófica» con autorización de su emisor, fueron conocidas en Chile por la divulgación que hizo de éstas Humberto Giannini y por la crítica que publicó Juan Rivano en la Revista Mapocho, uno de los fragmentos traducidos dice: «Afuera todo amenaza disolver lo que tenemos en nosotros; la realidad de la naturaleza, es de una violencia que no se puede imaginar: las montañas, las distancias, las soledades». Esta es la imagen de Chile bajo la «ausencia de mundo» que observaba Grassi sin advertir el desarrollo de la modernidad industrial impuesta desde el siglo XIX con la explotación del salitre, la minería y los recursos naturales que siguen siendo materia de exportación hacia las principales economías mundiales.
La inclemencia del tiempo presente en los fuertes temporales de lluvia y viento, nos vuelven a recordar la fuerza de la naturaleza, esa que intervenimos para habitar en ciudades caóticas que escapan a las posibilidades de una lograda urbanización que pueda ser equilibrada en su relación con el espacio geográfico habitado y, a veces, sobre poblado en muy precarias condiciones. Las ciudades no pueden controlar a la naturaleza, de ahí que sea mejor construirlas desde una visión más armoniosa en función de una convivencia, es decir, las ciudades no deben caer en el olvido de la naturaleza, el reclamo por la «ausencia de mundo» no puede promover una «ausencia de naturaleza». Establecer una contraposición entre mundo y naturaleza es una falta de criterio cercano a la exageración del humanismo, en este sentido habría que estar muy atentos frente a las promociones de algunos tipos de humanismos.
La tragedia que portan estas lluvias son ocasiones en que la comprensión de la naturaleza nos debería llevar a la comprensión de lo humano, ese fundamento olvidado como bien decía Humberto Maturana. La naturaleza no es nuestro enemigo, la naturaleza es el soporte de la vida, es la posibilidad de nuestro habitar. Esta experiencia debería motivar nuestra solidaridad y también invitarnos a reflexionar sobre la autenticidad de un pensamiento que ofrece resistencia a la «ausencia de naturaleza». Es esta una oportunidad para quedar empapados de lo vital, poner los pies en el barro para conectar con la tierra, volver a amar este vestigio sagrado presente en las cosmovisiones de nuestros pueblos ancestrales.
Ese sur oscuro, húmedo, la selva fría de Valdivia incluso desde el Wallmapu entendiéndolo desde el Bío Bío para respetar algunos consensos sobre nuestra historia de las fronteras. Esos lugares geográficos en donde se dice que llueve a la antigüa, es decir «de abajo hacia arriba», donde las nubes parece que nos ocultan que el cielo se rompió dejando flotando a los camarones de tierra. Esas lluvias que nos traen el olor a humo, chicharrones, sopaipillas, pipeños o mates con aguardiente. Esas lluvias que permanecen en esa zona de Chile y que a la distancia se nos olvidan pareciéndonos una imagen de la nostalgia como esa hermosa canción de Schwenke & Nilo: «Llueve, llueve sobre Valdivia, llueve sobre los bosques, sobre los techos rojos, mojando la madera de la casa natal».
Que esta tragedia nos lleve al mito en este tiempo en que nos acercamos al comienzo de un nuevo año que nos presentará los brotes nuevos. La filosofía del paisaje puede escapar a esa fotografía quieta más ligada a la racionalización de la naturaleza que fundamenta a la estética estética de la dominación que nos presenta la naturaleza apartada de la vida. Un paisaje vivo, tal vez mostruoso, es más parte nuestra, por eso lo bello puede sobrepsar a la perfección. La belleza puede ser un delirio por eso es que puede estar en extraordinario, en eso que no nos deja de sorprender remeciendo nuestras seguridades.
Alex Ibarra Peña.
Dr. En Estudios Americanos.
@apatrimoniovivo_alexibarra